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APRENDIENDO A VIVIR EL MOMENTO

  • Foto del escritor: Raquel Resines Ortiz
    Raquel Resines Ortiz
  • 6 jun 2016
  • 3 Min. de lectura

La vida es un estímulo ambiguo en el cual nuestra experiencia viene determinada por la forma en que percibimos y creemos las cosas. Nuestra actitud respecto a la vida, a los hechos concretos y otras personas, afecta a cómo nos sentimos, más que los hechos y las personas en sí mismos.

Está en nuestras manos valorar y disfrutar de cada momento, centrarnos en lo positivo y agradable de cada instante o tener una visión negativa y quejosa; ¿tú que eliges?

El estar disfrutando del momento nos pueden enseñar los animales, que están en el presente, en el aquí y ahora; por ejemplo un caballo está comiendo hierba y está disfrutando de esta hierba que está comiendo, no está pensando que la hierba de más allá parece sabrosa.

En este cuento podemos apreciar cómo la actitud lo es todo.

“Dos viajeras se sentaron en lo alto de un grupo de piedras de granito desde las que se divisaba la llanura de Serengeti, situada en el este de áfrica. Una de ellas contemplaba la roja y ardiente bola de fuego, que para ella simbolizaba ese angosto y quemado país. Mientras la viajera seguía mirando, el sol se ocultó lentamente por el horizonte, las sombras se alargaron y el calor dejó de ser tan intenso. El cielo, despejado, era una acuarela salpicada de tonos pastel.

Su compañera estaba sentada de espaldas a la puesta solar, hablando. Explicaba que siempre había deseado venir a África. De niña había leído mucho sobre este continente y le fascinaban los documentales que veía por televisión. Había algo en esta región que encendía sus anhelos.

La primera joven escuchaba y miraba, no a su compañera, sino a la escena que se desarrollaba debajo de ella. Cogió sus prismáticos para contemplar una manada de leones dándose un festín con un ñu. Estaba fascinada por el orden que tenían preestablecido para devorar la presa, sentados pacientemente esperando que les llegara el turno. Las hienas merodeaban inquietas detrás, impacientes por participar en el banquete.

La segunda joven hablaba de lo mucho que había tenido que trabajar y del tiempo que le había costado ahorrar lo suficiente para emprender el viaje a África. En ocasiones había compaginado dos trabajos. Cogía cualquier empleo que se le presentaba sin importar lo duro o desagradable que pudiera resultar. Tenía un objetivo y estaba empeñada en conseguirlo.

La primera mujer observaba, anonadada, cómo los leones se retiraban de su presa y como, a continuación, se acercaban las hienas. En lo alto, los buitres habían estado dando vueltas sin ningún esfuerzo, dejándose arrastrar por la corriente de aire caliente que subía de la angosta planicie. Algunos descendían planeando desde las alturas, manteniéndose a una prudente distancia de las hienas, y esperando ser los primeros entre los de su especie que consiguieran coger los huesos.

La otra mujer, de espaldas a todo el espectáculo, continuaba su explicación. Su viaje hasta llegar aquí había sido una pesadilla. El avión había tenido problemas mecánicos y se había tenido que esperar varios días en el aeropuerto del norte de África a que repararan el aparato. En su trayecto en una línea regular de autocares por este continente, alguien había rajado con un cuchillo su bolsa de viaje y le había robado dos cheques de viajero. Le echó la culpa a la compañía aérea, a los africanos y al gobierno del lugar por la pobreza imperante y la corrupción existente.

La primera mujer la oía, pero realmente no la estaba escuchando. Prefería contemplar la vida de aquella llanura. Un grupo de jirafas se dirigían hacia el norte con el telón de fondo del ocaso. Sus siluetas alargadas se dibujaban en las últimas claridades del cielo. Los cuellos de las jirafas se balanceaban como si se tratara de juncos agitados por el viento, y sus desgarbadas y largas patas acariciaban la tierra levantando pequeñas nubes de polvo, que la última luz del día llenaba de contrastes. El sol de poniente penetró en el corazón de la mujer con una calidez igual de tangible que los rayos que se habían proyectado sobre su cuerpo durante el día.

Su amiga seguía sin girarse, pero continuaba desahogando su frustración.

Finalmente la primera mujer le pregunto: “¿No te das cuenta de lo que te acabas de perder? Estás aquí hablándome sobre África, y estás perdiendo la experiencia de estar aquí. Recuerdas el pasado y lo que ya sucedió, mientras desperdicias este maravilloso presente. Me explicas lo mucho que deseabas estar aquí, pero ahora que lo has conseguido, ¡no lo estás disfrutando!”

Al escuchar estas palabras, la viajera empezó a preguntarse cómo podría olvidar el pasado y aprender a vivir el momento”.

¿Qué vas a hacer tú para aprender a vivir el momento?

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